LÁGRIMAS NEGRAS

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Todo comenzó con ella, con su rostro sereno y cargado de significado. La Virgen de las Lágrimas no es solo una imagen devocional: es símbolo, consuelo, y presencia constante en la vida de quienes la veneran. Desde el primer momento, su figura impuso una dirección clara al proyecto. Quise que no fuera simplemente un retrato, sino una interpretación que captara la emoción contenida en su mirada, la fuerza silenciosa en su gesto.

Su nombre —»de las Lágrimas»— contiene ya una carga emocional que guiaba el tono del cartel: una belleza dolorosa, profunda, íntima. Todo lo que se construiría después —colores, referencias, composición— debía girar en torno a ella. Por eso, la imagen de la Virgen ocupa un lugar central y se presenta con una sobriedad que habla por sí sola, sin necesidad de artificios.

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Durante el proceso creativo, buscando un lenguaje visual que conectara lo clásico con lo contemporáneo, apareció una referencia que resonó con fuerza: el disco “Lágrimas Negras” de Diego El Cigala junto a Bebo Valdés. Más allá de la coincidencia en el título, había algo en esa portada —en su uso del color, en la atmósfera, en la mezcla de tradición y emoción— que dialogaba perfectamente con la idea de la Virgen.

Esa portada transmite una dualidad poderosa: lo desgarrador y lo bello, el dolor hecho arte. Y eso era exactamente lo que buscaba: una obra que no solo mostrara a la Virgen, sino que transmitiera algo. Algo que se sintiera como una saeta, como un lamento cantado a media voz. Inspirarme en “Lágrimas Negras” no fue una imitación, sino una traducción emocional de lo que ese disco representa: un puente entre mundos, una conversación entre lo antiguo y lo nuevo, entre la raíz y el alma.

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La hermandad encargada del cartel tiene una seña de identidad muy marcada: la túnica negra. Lejos de ser un simple elemento visual, el negro se convierte en esta obra en un lenguaje propio, cargado de simbolismo. Es el color del recogimiento, del duelo, del respeto profundo… pero también de la elegancia, de la sobriedad, de la fuerza contenida.

Incorporar el negro como base cromática no fue una decisión estética al azar. Fue una forma de reforzar el mensaje, de envolver a la Virgen en una atmósfera solemne, casi silenciosa, que recuerda a la profundidad emocional del flamenco más íntimo. El negro conecta también con la portada del disco de El Cigala, cerrando un círculo estético y conceptual que une fe, música y tradición.

 

La obra resultante no es solo un cartel: es un ejercicio de diálogo entre lo sagrado y lo artístico, entre la devoción y la emoción estética. Cada elemento fue elegido con intención: el tratamiento de la luz, la presencia del negro, la posición de la Virgen, la elección tipográfica… todo suma para construir una pieza que no pretende solo informar, sino conmover.

Este trabajo es, al final, un homenaje. A la Virgen, por supuesto. A la hermandad, por su identidad tan marcada. Pero también al arte flamenco, como expresión de lo profundo, de lo que no siempre se puede decir con palabras. Si la imagen consigue provocar un silencio, un recuerdo, un estremecimiento… entonces, habrá cumplido su propósito.